"Soy demasiado vago para ser ligón"
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Texto de Eva Millet

Fotos de Alejandro González

May 8, 2011

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Tiene un Oscar y varios de los grandes premios de interpretación masculina que concede el mundo del cine. En Hollywood lo adoran, como también en su Puerto Rico natal, en España y en Cuba, país que conoce muy bien gracias a su interpretación del Che Guevara en la película de Steven Soderbergh. Ahora, a sus 44 años, Benicio del Toro ha decidido ponerse detrás de la cámara y, con este motivo, se sincera ante su nuevo reto profesional desde La Habana.

Dos policías de marrón junto a una motocicleta de aspecto precario custodian la esquina en Centro Habana donde Benicio del Toro está rodando. En Cuba hay tantas cosas congeladas en el tiempo, que no se sabe muy bien si los dos agentes forman parte de la ambientación o están allí de servicio. Tampoco está claro si el adolescente flaco que vive en la habitación que hay sobre el bar donde se prepara la escena aparecerá en ella. Es otro personaje; una especie de elfo cubano, descalzo, vestido con shorts y camiseta de tirantes y acompañado de un lustroso cocker spaniel.

Como hace calor, las ventanas de su minúsculo balcón están abiertas, por lo que dejan ver su cuarto pintado de rosa y turquesa. Ni él ni el cocker quitan el ojo de encima a Del Toro, quien está un par de metros más abajo, al mando. El fornido actor no es solamente el centro de atención de su vecino de arriba. Todo el equipo de su primera película está pendiente de sus indicaciones. Al fin y al cabo, es el director y, como tal, Del Toro da indicaciones a los actores, mira por el monitor, se levanta y se sienta energéticamente de su silla plegable, gesticula, fuma, va y viene. En la escena que se rueda participan Vladimir Cruz (de Fresa y chocolate , una de las estrellas del cine cubano) y el joven Josh Hutcherson (revelación hollywoodiense de Los chicos están bien ). Benicio les instruye, con calma pero sin vacilaciones, y ellos escuchan. Hutcherson da vida a un joven norteamericano que llega a La Habana y se sumerge en la vida nocturna más canalla de la mano de un taxista (Cruz), un ingeniero que debe hacer de chófer para ganarse la vida.

El corto de Benicio del Toro se titula El yuma y forma parte de los siete que integrarán la película 7 días en La Habana , una coproducción hispano-francesa en la que el actor debuta formalmente como realizador. Está encantado con esta oportunidad y, quizá por ello –o quizás porque, pese a su fama de ser poco amigo de los medios, él es así–, pocas horas después del fin del rodaje derrocha energía y buen humor, tanto en la multitudinaria rueda de prensa como en la entrevista posterior, en petit comité.

Viste pantalones y camisa vaqueros y parece no haberse quitado la gorra que llevaba durante el rodaje, prenda que en vano trata de dominar su melena desordenada, a conjunto con la barba crecida que luce la estrella puertorriqueña. También están ahí sus características ojeras: dos perfectos círculos oscuros que dan una fuerza muy especial a su mirada y que le han facilitado tantos papeles de malvado. Él asegura que ya las tenía en la escuela primaria.

¿Cómo surgió la oportunidad de dirigir?

Fue una idea del productor de 7 días en La Habana, Álvaro Longoria, de Morena Films, con quien ya había trabajado en Che y con quien ya habíamos hablado de dirigir. Hacía ya unos tres años que sentía el gusanillo de probar, por lo que, cuando Álvaro me pasó el guión de uno de los cortos, a cuyo autor, el escritor Leonardo Padura, conozco bien, vi que ese era el empujón que necesitaba. Además, retrocedamos en el tiempo un poco: llevo ya unos veinte años en el cine y he trabajado con algunos de los mejores directores de nuestro tiempo, por lo que puede decirse que ya he ido al colegio, con grandes directores, actores y productores.

¿Puede uno cansarse de ser actor?

Uno puede cansarse de cualquier cosa que haga durante mucho tiempo. Creo que es bueno para el cerebro hacer cosas más complicadas. Y le aseguro que en el rodaje ha habido momentos en los que me he sentido abrumado, con todas las cosas que implica la dirección. Era casi la misma sensación de estar dentro de una ola que te voltea de tal manera que no sabes si estás arriba o abajo. Es una sensación rarísima, desconcertante, pero tratar de resolverla es uno de los grandes momentos en la vida. Es como comerse un bistec o hacer el amor... Lo que quiero decir es que es muy estimulante el tratar de resolver tantas situaciones complicadas, hacer algo nuevo.

No será la última vez que dirija, entonces.

Bueno, antes hay que editar: ¡tenemos muchísimo material! Cuando lo vea montado se lo diré… ¡Puede que sea mi última vez! Aunque ahora mismo tengo la sensación de que no va a ser así.

¿Qué directores ha tenido como referencia?

Una vez estaba con Steven Soderbergh y un joven se le acercó y le preguntó cómo se consigue ser director. Steven le respondió diciéndole que se encerrara en su casa y viera películas, muchas películas. Y creo realmente que eso es parte del proceso de querer dirigir. No creo que sea el mismo caso en lo que se refiere a actuar. Sí, al actuar ves películas y aprendes de tantísimos actores, pero con el tema de la dirección, fijarse en el trabajo de otros es esencial. Mencionar una sola influencia es imposible, pero, así, de pronto, se me ocurren Carol Reed, Roberto Rossellini, Víctor Erice, Tomás Gutiérrez Alea, Santiago Álvarez... Y Charlie Chaplin, siempre Charlie Chaplin, y Orson Welles, naturalmente.

Bajo las órdenes de su amigo Steven Soderbergh, Del Toro ha interpretado algunos de sus personajes más importantes. Como el policía mexicano de Traffic, que le proporcionó un Oscar en el 2000, y el carismático revolucionario Che Guevara, quizás el papel de su vida, el cual le reportó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes del 2008. La preparación de este último personaje implicó varios viajes a Cuba, para entrevistarse con la viuda del Che y los supervivientes de la expedición boliviana en la que murió. Esta experiencia estrechó todavía más los lazos que Del Toro siente con la isla. “Cuba es como mi sangre, es parte de mí”, asegura.

Al ser norteamericano, y debido a las restricciones del embargo que su país aplica a Cuba, ha tenido que rodar este corto como si fuera un documental, y no un trabajo de ficción. ¿Ha complicado esto más las cosas?

Bueno, la fórmula ha sido hacer una especie de documental con un poco de reactuación. A ver cómo reacciona la gente. Rodar en La Habana ha sido como un sueño hecho realidad, no puedo estar más contento. Ahora, no estoy a favor del embargo, obviamente. Por eso estoy aquí. Y no soy el único en contra.

Aunque todo lo que rodea a Cuba está muy politizado, ¿ha tratado de evitar la política en su corto?

Absolutamente. El cine no tiene nada que ver con la política. Y en mi corto, el que el protagonista sea joven me ha permitido no ser demasiado político: si fuera un norteamericano mayor, sería una cosa muy diferente. Quería que el yuma de mi historia, que es como se les llama en Cuba a los gringos, fuera alguien inocente, que no supiera demasiado lo que pasa en Cuba. De todos modos, aunque no me gusta meterme en política, sí que creo en lo que está bien y lo que está mal. Tengo mis ideas. Y aunque mi película es una comedia, no por ello he evitado tratar de temas serios, como las presiones del embargo.

¿Tiene usted causas? ¿Toma usted partido? Porque en cierto modo, es un actor de Hollywood…

Si, en cierto modo, sí…

¿No le gusta que se le identifique así?

No, no… Lo soy. Soy un actor de ­Hollywood.

¿Es usted también un activista, entonces, como algunos de sus compañeros?

Sí, hago cosas y admiro cuando los actores se manifiestan por cosas en las que creen.

¿Y en qué cree usted?

Bueno, la película del Che es una declaración de principios.

La película Traffic , otro trabajo suyo clave, denunciaba las consecuencias del narcotráfico. ¿Podía imaginarse cómo se ha deteriorado la situación, especialmente en México, desde que la rodó?

Traffic ya trataba de lo difícil que eran las cosas en ese momento… Yo confiaba en que la situación no hubiera empeorado tanto. Espero que las cosas mejoren y, sí, algo ha de hacerse. La despenalización de algunas drogas sería una de las soluciones, pero ojo, ese libreto se tiene que escribir muy bien: todo depende de cómo se vaya a controlar.

Aunque en muchos artículos sobre Del Toro se afirma que el actor “masculla” y arrastra las palabras cuando habla, lo cierto es que tiene una voz profunda y, pese a que es un activo fumador, muy clara, con una dicción impecable. Cambia del inglés al castellano con la naturalidad que le da ser bilingüe. Y también se ríe a menudo, contradiciendo otras informaciones que lo describen como huraño.

Benicio Monserrate Rafael Del Toro Sánchez nació en Santurce, Puerto Rico, en 1967, en una familia de clase media (sus padres eran abogados). Su madre murió cuando tenía nueve años, y, poco después, se trasladó a Pensilvania, donde pasó un tiempo interno. En el instituto destacó como jugador de baloncesto y, también, por su talento como pintor. Sin embargo, fue la interpretación lo que acabó seduciéndolo: tras un breve paso por la universidad, consiguió una beca para entrar en la prestigiosa escuela de interpretación de Stella Adler.

El salto a Hollywood fue precedido por apariciones en series televisivas en los 80, como Corrupción en Miami y Drugs Wars. The Camarena Story. Las ya míticas ojeras y su casi metro noventa de estatura lo encasillaron entonces en papeles de matón y traficante. Poco imaginaría que, dos décadas después, conseguiría un Oscar al mejor actor de reparto por su papel de un policía honesto en Traffic.

Como actor, usted ha llegado a tal nivel, es tan icónico, que con sólo aparecer provoca una reacción. ¿Sentía que el dirigir era un paso necesario en su carrera?

En cierta manera, sí. No soy la misma persona que cuando empecé, cuando solía volver locos a los directores. He evolucionado como actor. Cuando era un actor joven peleaba cada batalla como si fuera una guerra. Ahora me doy cuenta de que no cada batalla ha de ser ganada, sino que has de ganar la situación en general. Al final, lo que importa es la historia.

Ha declarado que tanto al actuar como al dirigir, su método es cuestionar, preguntar constantemente… ¿Qué se pregunta?

El porqué. Si justifico el porqué, puedo ir adelante. Al preguntar aprendes más y más sobre la historia, que siempre tiene varias capas.

¿Y no le da reparo preguntar? Hay gente que prefiere no hacerlo, para no mostrar sus inseguridades.

No, en absoluto, no me importa preguntar y no me disculpo por hacerlo. Eso es tener miedo. Todos trabajamos para la historia, y es importante preguntar si no sabes por dónde seguir. No tengo miedo a disgustar a nadie. Con Leonardo Padura, el autor del cuento en el que se basa mi película, por ejemplo: su historia cambió en el proceso de convertirla en guión y, aunque ha dicho que soy “puertorriqueño, pasional y cabezón”, nos lo pasamos muy bien trabajando juntos

Por un lado, usted es un símbolo del mundo latino, pero, a la vez, es parte de Hollywood. ¿Qué lado le tira más, el latino o el estadounidense?

Sabe, no tengo modo de compararme con nada. Cuando fui a Hollywood era solamente un latinoamericano, aunque con conocimiento de la lengua, pero sin conexiones en Los Ángeles. Tuve que hacerme un hueco y las oportunidades de conseguir un trabajo eran escasísimas. Hollywood es muy duro, y si eres hispano, todavía peor. Pero creo que las cosas están cambiando, ahora es más fácil, hay más oportunidades. Ho­lly­wood se está abriendo cada vez más al mundo; cuando empecé era demasiado rígido.

Pero usted ha ayudado a romper tópicos con los roles que se asignaban a los latinos. ¿No cree que actores como Bardem le deben, en cierto modo, el poder escoger papeles fuera de estos clichés?

Bueno (dice riendo), ¡Bardem es tan buen actor que hubiera llegado de todos modos! Pero yo debo el haber tenido oportunidades a otra gente también, como Anthony Quinn o, quizás más cercanos, a Andy García y Antonio Banderas (aunque con él es diferente: cuando llegó a Hollywood ya era una estrella). Pero sí, también a él. Pero volviendo a la pregunta anterior, la cuestión es que no tengo con quién compararme: no es como si tuviera un hermano gemelo que intentó hacer lo mismo que yo y no tuvo éxito. Al final lo que yo me siento es humano. Punto. Y cualquier película que me gusta, ya sea rusa, mexicana o canadiense, si me conmueve es porque es humana. El Padrino, por ejemplo, tuvo tanto éxito porque era un drama familiar. Sí, vale, matan a gente, pero llega a ti porque toca temas humanos… Cualquiera que haya tenido una familia se conmoverá. Es como la buena literatura o la buena pintura: te conmueve, no importa desde donde hayan sido creadas.

Ahora que ha dirigido, ¿cree que será más difícil volver a actuar o que va a cambiar su método?

Creo que lo que va a cambiar es que seré un poco más amable con los directores… ¡Un poco más simpático!

Del Toro ha estado tan inmerso en el proyecto de 7 días en La Habana que asegura no saber muy bien qué va a hacer después. No descarta volver a dirigir ni tampoco actuar a la vez. La verdad es que no parece un hombre agobiado por lo que vaya a venir, sino alguien que vive el momento de forma intensa. Como en la fiesta de celebración del fin de rodaje, en la que (siempre con la gorra puesta) fue el alma del acto. Su vida privada es precisamente eso: privada. Soltero y sin hijos, se le conocen relaciones pasadas con las actrices Valeria Golino y Chiara Mastroianni y, poco después de esta entrevista en Cuba, se ha sabido que va a ser padre. Kimberly Stewart, la hija del cantante Rod Stewart, espera un hijo de él y, aunque ya no son pareja, Benicio del Toro “le ofrece toda su ayuda”…

Lo cierto es que, desde que saltó al estrellato en 1995 con Sospechosos habituales, son muchísimas las mujeres que suspiran por Del Toro. Sin embargo, a él, su look no parece preocuparle demasiado. Es de esos actores capaces de engordar varios kilos para un papel o dejarse una barba poco favorecedora para otro y seguir usándola hasta que se le presente una ocasión para sacársela.

¿Presta poca importancia a su aspecto? Parece que huye de forma consciente de su faceta de galán…

Bueno… Sí que me importa mi aspecto, tanto como al vecino de al lado. Me miro en el espejo, pero no estoy obsesionado. Soy consciente de que no estoy rejuveneciendo, aunque me gustan un buen par de zapatos nuevos, una buena camisa… La verdad, no pienso en ello demasiado (larga pausa)… ¡Aunque me pongo colonia! (ríe) ¡Me gusta salir con una chica de vez en cuando!

Pero comparado con otros actores, que pasan por el quirófano y hacen mil cosas para conservarse, a usted no parece importarle demasiado el físico.

¿Es así?

¿Sabe qué? (resume, riéndose)… Creo que soy demasiado vago para ser un ligón.

Quizás es que no le hace falta…

Sí, es eso, gracias. ¡Quedémonos en eso!

¿Escribir entra en sus planes futuros?

Sí, he escrito cosas, historias. Cuando no me ven en la pantalla estoy haciendo cosas. Me cuido con otras cosas. Y una de ellas es con la escritura. Me encanta contar historias, me conmueve.

Benicio imparte instrucciones durante el rodaje en La Habana en su primer trabajo como director.

Emir Kusturica debuta en este proyecto como actor, en el corto del argentino Pablo Trapero, con él en esta foto.

Benicio , con el actor Josh Hutcherson, en un otro momento del rodaje del corto.

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